Recuperar las partes de nosotros que han quedado en el pasado, la Integración del Ciclo Vital (ICV)
Todos y todas tenemos con más o menos frecuencia la sensación de estar incomplet@s y a buen seguro no está muy lejos de la realidad. Las experiencias que vivimos en la infancia, más o menos traumáticas, que produjeron una reacción de defensa han quedado impresas en el cerebro. Veinte, treinta o cuarenta años más tarde hacen que sigamos comportándonos ante circunstancias que “encienden” el viejo trauma como si fuéramos aquel niño o aquella niña de entonces. Así la eficiente y brillante ejecutiva se convierte en otro contexto en una niña asustada capaz de hacer cualquier cosa porque teme que la abandonen. La mayoría de nuestros comportamientos, de los miedos presentes que nos paralizan se gestaron en algún lugar de nuestro pasado. Y para desfacer de una manera muy eficaz el entuerto Peggy Pace, una psicóloga estadounidense, ha desarrollado una técnica conocida como la ICV (integración del ciclo vital).
La biología total aporta una nueva perspectiva de la enfermedad basada en los símbolos.
Las enfermedades que desarrollan los organismos podrían ser el reflejo codificado de un estrés psíquico personal o heredado de los progenitores, propone una corriente terapéutica conocida como decodificación terapéutica o biología total. Ahondar en el origen simbólico de las enfermedades serviría para curarlas, plantea esta terapia, puesto que es en el cuerpo donde esos problemas salen a la luz. Por tanto, la enfermedad sería una vía de curación más profunda, aunque aparentemente pensemos de ella lo contrario.
Los neurocientíficos han constatado que estamos biológicamente equipados para la empatía, para sentir lo que sienten los otros. Esto es así gracias a unas neuronas llamadas espejo. Dicen que su descubrimiento hará tanto por la psicología como hizo el ADN por la biología.
Bien es cierto que en muchas ocasiones no es más que una fórmula automática, pero resulta que eso de “te acompaño en el sentimiento” tiene un lugar en el cerebro y un fundamento científico. El mismo que explica la congoja que experimentamos al ver que Bergman y Bogart van a separarse para siempre al final de Casablanca, o el escalofrío que nos invade cuando al superhéroe Cruise le insertan brutalmente un chip a través de la nariz en la enésima entrega de Misión imposible. ¿No es cierto que basta que un niño comience a llorar para que haya un estallido casi general en la guardería? En definitiva, que los neurocientíficos han constatado que estamos biológicamente equipados para la empatía, para romper las barreras que nos separan de los otros y sentir como ellos. Y aún más, el cerebro humano tiene herramientas para leer las mentes ajenas y, en cierto modo, para predecir el futuro.