Angela Boto
Los neurocientíficos han constatado que estamos biológicamente equipados para la empatía, para sentir lo que sienten los otros. Esto es así gracias a unas neuronas llamadas espejo. Dicen que su descubrimiento hará tanto por la psicología como hizo el ADN por la biología.
Bien es cierto que en muchas ocasiones no es más que una fórmula automática, pero resulta que eso de “te acompaño en el sentimiento” tiene un lugar en el cerebro y un fundamento científico. El mismo que explica la congoja que experimentamos al ver que Bergman y Bogart van a separarse para siempre al final de Casablanca, o el escalofrío que nos invade cuando al superhéroe Cruise le insertan brutalmente un chip a través de la nariz en la enésima entrega de Misión imposible. ¿No es cierto que basta que un niño comience a llorar para que haya un estallido casi general en la guardería? En definitiva, que los neurocientíficos han constatado que estamos biológicamente equipados para la empatía, para romper las barreras que nos separan de los otros y sentir como ellos. Y aún más, el cerebro humano tiene herramientas para leer las mentes ajenas y, en cierto modo, para predecir el futuro.
Tan delicadas tareas corren a cargo de las denominadas neuronas espejo, rebautizas por Vilayanur Ramachandran, director del Centro de Cerebro y Cognición de la Universidad de California, como “las neuronas Dalai Lama” por su empatía y compasión. El mismo investigador ha llegado a afirmar que “el descubrimiento de las neuronas espejo hará por la psicología lo que el ADN por la biología”. Por su parte, el padre del hallazgo, Giacomo Rizzolatti, de la Universidad de Parma (Italia), se muestra modesto cuando se le pregunta su opinión. “Es un poco exagerado, pero quizá Ramachandran tenga razón porque el mecanismo de espejo explica muchas cosas que antes no se comprendían”.
El equipo de Rizzolatti las encontró por casualidad a principios de los años noventa, aunque, como ha explicado en alguna ocasión el investigador italiano, les costó varios años creerse lo que estaban viendo. Y no es para menos, porque lo que en su momento parecía ser simplemente un sistema de imitación de movimientos se está convirtiendo con los años y con los resultados de múltiples trabajos en una potencial revolución dentro de las neurociencias. En el sistema de espejo podría encontrarse la clave de nuestra condición como seres sociales, de los procesos de aprendizaje, de trastornos tan complejos como el autismo e incluso de la evolución del lenguaje.
Pero eso no es todo, las neuronas espejo se perfilan como un auténtico pozo de sabiduría, hay quienes sugieren que en ellas se encuentran las bases de algo tan alejado hasta ahora de la biología como los sistemas éticos, algunas tradiciones místicas o la cultura.
Como el propio Rizzolatti admite, su equipo tuvo la suerte de estar en el lugar justo para encontrar este tesoro neurológico. En aquella época estaban estudiando en monos un área de la corteza cerebral asociada al movimiento. Para ello habían conectado de forma permanente una serie de electrodos en la cabeza de los animales de tal modo que cuando cogían o movían objetos, el monitor emitía un chasquido que significaba que las neuronas se encendían, que estaban trabajando. Un buen día, los científicos descubrieron con sorpresa que los chasquidos no sólo aparecían cuando el propio animal recogía los cacahuetes y los abría, sino que también se podían oír cuando veía a otro mono o incluso a los investigadores hacerlo. Es decir, que para su cerebro era lo mismo llevarse la golosina a la boca o que otro lo hiciera. Es más, los investigadores comprobaron que el sonido de abrir el cacahuete era suficiente para que las neuronas de “me lo voy a comer”, más tarde denominadas espejo, se pusieran en marcha. Las técnicas de imagen confirmaron más tarde que los humanos también disponen de un sistema de espejo, pero más sofisticado.
Aunque hay muchas preguntas por contestar en cuanto a la ubicación y distribución de las neuronas espejo en el cerebro sapiens, lo que parece claro es que la base del funcionamiento es la misma que en los simios. Cuando un individuo ve a alguien coger una pelota, su cerebro la coge también y vive todo el proceso de lanzarla como si realmente lo estuviera haciendo. De hecho, un trabajo realizado en el University College London con bailarines del London’s Royal Ballet y expertos en capoeira –una danza marcial brasileña– demostró que el cerebro de ambos grupos ejecutaba exactamente el mismo baile que estaban contemplando en una pantalla realizado por otros. Sus neuronas danzaban solas porque ellos ya habían aprendido los pasos y no necesitaban materializarlos con el movimiento de su cuerpo. La conclusión inmediata de este hallazgo la daba uno de los investigadores del grupo británico, Patrick Haggard: “Un bailarín lesionado podría conservar su destreza sin ni siquiera moverse, simplemente mirando a otros bailar”. Obviamente, semejante ventaja es aplicable a otras muchas disciplinas e incluso a la psicoterapia por medio de las visualizaciones o de la práctica mental.
Pero el sistema de espejo no se detiene en los movimientos, sino que también refleja aspectos más sutiles del comportamiento, como son las emociones. “El mensaje más importante de las neuronas espejo es que demuestran que verdaderamente somos seres sociales. Nos ponen en el lugar del otro, pero no de forma abstracta o intelectual, sino sintiendo como él”, asegura Rizzolatti. Los científicos han constatado que las personas que obtienen una mayor puntuación en los tests que miden la empatía presentan mayor actividad en las neuronas espejo. Por otro lado, numerosos experimentos han demostrado que la gente tiene tendencia a imitar de forma inconsciente los movimientos de los desconocidos porque esta especie de empatía motora facilita considerablemente las relaciones y la aceptación mutua. Eso sí, también se ha descubierto que las neuronas espejo no se dejan engañar por pantomimas; cuando se finge, estas inteligentes células ni se inmutan.
Los múltiples estudios que experimentan con todo tipo de emociones no dejan de confirmar que lo que ocurre en el exterior se vive de igual manera en el interior. Por ejemplo, el asco. El cerebro se enciende del mismo modo cuando un individuo pone delante de su nariz unos huevos podridos que si ve a otra persona haciendo un gesto de repugnancia ante semejante olor. Lo bueno es que con las emociones o sensaciones positivas también funciona. En un estudio publicado el año pasado, Christian Keysers, de la Universidad de Groningen (Holanda), pudo constatar que existe lo que se podría denominar empatía por vía tópica, o si se quiere, empatía táctil. La corteza cerebral de un grupo de voluntarios que se prestaron para el experimento reaccionó igual cuando les tocaban suavemente la pierna que cuando veían que la caricia se hacía a otra persona. De hecho, los científicos afirman que el sistema de espejo puede explicar el gusto de algunos por la pornografía porque contemplar una escena tórrida altera las neuronas del mismo modo que protagonizarla. Claro que en este terreno y en el de las caricias hay otros muchos elementos que entran en juego y que no se pueden explicar con el sistema de espejo, así que es aconsejable seguir experimentando en directo.
Keysers también ha observado que emociones sociales como la culpa, la vergüenza, el orgullo e incluso la humillación se reflejan en las neuronas espejo. Este investigador ha registrado la reacción de empatía de un observador ante el rechazo social. Todas esas emociones asociadas al contacto entre humanos tienen un lugar muy específico en el cerebro. Y lo que realmente convierte el sistema de espejo en el Dalai Lama que mencionaba Ramachandran es que una representación mental de lo que acontece en el mundo es suficiente para que se manifieste su empatía, o sea, que lo de “ojos que no ven, corazón que no siente” parece no ser cierto científicamente. “Tenemos un sistema que resuena. El ser humano está concebido para reaccionar ante los otros. El egoísmo, la idea de que cada uno tiene que hacer su vida y no ocuparse del resto son aspectos de la vida moderna. La naturaleza es justo lo contrario. Yo creo que cuando la gente dice que no es feliz y que no sabe la razón, es porque no tiene contacto social”, dice Rizzolatti. Eso sí, tal como afirma Marco Iacoboni, otro experto en esta área de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA): “Sin la consciencia de uno mismo y del otro no es posible ponerse en el lugar del otro”.
Las neuronas espejo están también estrechamente relacionadas con la educación y la cultura. La imitación es un elemento clave para el aprendizaje, y es precisamente el sistema de espejo el que permite imitar. “En Occidente, la imitación está muy mal vista, pero es la base de la cultura. Se dice: “No imites, tienes que ser original”. Es un error. Primero tienes que imitar, y después puedes ser original”, dice Rizzolatti. Desde el momento en que abandonamos el útero estamos en disposición de repetir lo que vemos en el entorno, se ha observado que bebés de tan sólo unos minutos de vida son capaces de sacar la lengua a un adulto que les está haciendo ese gesto.
Parece que las neuronas espejo aportan una parte más de verdad al dicho “de tal palo, tal astilla” y añaden otra dosis de responsabilidad a los padres y educadores, que podrán verse reflejados en las generaciones que los siguen por la huella dejada en sus neuronas. En este sentido, los científicos hacen una interesante observación relativa a la exposición a escenas de violencia, bien en directo o en una pantalla. “El sistema de espejo puede activarse en el cerebro y facilitar la tendencia a volverse violento”, explica Iacoboni. Este hecho, unido a que algunos expertos afirman que estas neuronas son la base biológica de la cultura porque gracias a ellas se transmite de una generación a las siguientes, invita, cuando menos, a la reflexión sobre la herencia cultural y emocional. Y un dato a considerar, un trabajo publicado el año pasado sugería que a partir de los 15 meses los niños son capaces de detectar las acciones de los demás que están basadas en falsas creencias. “Nacemos con ciertas capacidades, pero la educación es muy importante. La sociedad refuerza los instintos básicos o va en contra de ellos”, afirma Rizzolatti.
Y puesto que el sistema de espejo parece ser el testigo del presente en su camino hacia el futuro, es de suponer que también almacene el recorrido del pasado a modo de un ADN neuronal que porta la herencia cultural. “La aparición de un sofisticado sistema de espejo estableció las bases para la emergencia, en los primeros homínidos, de numerosas habilidades específicamente humanas tales como el lenguaje y la empatía”, asegura Ramachandran. De este modo, las innovaciones surgidas entre nuestros ancestros no se perdieron como peculiaridades exclusivas de un individuo que había logrado construir un raro utensilio que cortaba, sino que gracias a la imitación se fueron propagando entre los miembros del clan. Y de las herramientas a las construcciones, y del lenguaje a los sistemas filosóficos, y todavía no hemos terminado.
Quizá una de las habilidades más llamativas de las neuronas espejo sea la de leer el pensamiento y anticipar el futuro. “Permiten leer la mente de los otros porque te ayudan a entender sus intenciones”, explica Iacoboni, líder del equipo que hizo el descubrimiento. De hecho, lo que parecen realmente activar estas células no es la acción en sí, sino su objetivo. Todo esto ocurre de forma inconsciente, no es necesario ningún esfuerzo, nuestro cerebro interpreta y responde a las intenciones sin que nos demos cuenta. “No pensamos lo que otra persona está haciendo o sintiendo, simplemente lo sabemos”, dice Vittorio Gallese, de la Universidad de Parma. Este baile de percepciones en el complejo entramado de relaciones sociales es el que aporta la gama de colores a los contactos entre individuos. Desde un punto de vista más básico también permite sobrevivir, porque no es lo mismo que el vecino de enfrente levante la mano para saludar que para golpear. Al igual que ocurre con la empatía, también en este caso hay personas con mejores antenas que otras para captar a los demás, presumiblemente su sistema de espejo es más activo.
Una cuestión muy interesante relativa a la percepción de emociones y sensaciones es su relación con un estado corporal determinado. Antonio Damasio, prestigioso neurólogo que recibió el Premio Príncipe de Asturias 2005, lleva años trabajando en la Universidad de Iowa sobre la conexión entre mente y cuerpo. Para Damasio, el cerebro es una extensión del cuerpo, y hay una clara consonancia entre los sentimientos, las emociones y el estado físico.
De forma sencilla, se podría decir que a cada emoción le corresponde un estado físico. En consecuencia, la empatía no es sólo un proceso mental, sino que implica a todo el cuerpo. Los espejos cerebrales captan lo que ocurre en el exterior, lo integran en sus redes y a continuación las emociones descienden desde las alturas neuronales como si de una ducha sensorial se tratara para encarnarse en el cuerpo. “Esto es realmente tener empatía. Por medio de un estado neural compartido en dos cuerpos diferentes [...], el otro objeto se convierte en otro yo”, escribía Gallese en un artículo.
La relación cuerpo y mente-emociones es algo muy presente desde hace mucho tiempo en las denominadas medicinas complementarias. Ahora, los científicos aseguran que semejante relación abre importantes perspectivas en el área de la psicoterapia. Donde ya está clara la implicación de las neuronas espejo es en el autismo. Numerosos trabajos indican que los individuos que padecen este trastorno, caracterizado precisamente por la incapacidad para comprender las acciones y las emociones de los demás, presentan una actividad anormalmente reducida del sistema de espejo. Disolver las barreras entre el individuo y lo que lo rodea es, según Ramachandran, la base de muchos sistemas éticos y, particularmente, de las grandes tradiciones místicas orientales.
El sistema de espejo hace precisamente eso; por tanto, “puede usarse para proporcionar una base racional en vez de religiosa para la ética”. Y esto es sólo el principio de lo que se puede extraer de las neuronas espejo, porque se han convertido en el centro de interés de neurocientíficos, psicólogos, filósofos y antropólogos, sumergidos en un intenso debate sobre las implicaciones en numerosas áreas del conocimiento. En cualquier caso, lo que ya es evidente es que no hay excusa para no mostrar empatía y comprensión, todo el mundo lleva un Dalai Lama en su cabeza.
Angela Boto 25/06/2006 - elpais.com/diario