En una reciente visita a la Comunidad de Los Portales, Luciano Furcas, buen amigo y sabio divulgador de la Permacultura, nos dijo que lo que nosotros hacíamos era “Permacultura Humana”. Siendo mis conocimientos en Permacultura bastante limitados, su afirmación me intrigó y me estimuló a querer saber un poco más al respecto. Y me sorprendió mucho descubrir que los principios de la Permacultura se aplican perfectamente a la vida en comunidad. A través de ellos os cuento los rasgos esenciales de nuestra experiencia.
La permacultura nos habla de como “crear hábitats humanos sostenibles siguiendo los patrones naturales, es decir de la durabilidad de los sistemas naturales vivos y de la cultura humana”.
Treinta años pueden no ser nada en la escala de la evolución del cosmos, pero en la escala de la durabilidad de los proyectos comunitarios en nuestras sociedades modernas podemos decir sin falsas modestias que son muchos años.
En nuestro caso, todo empezó allá por los últimos años 70, cuando un grupo de personas se reunieron en Bruselas alrededor de una terapeuta y analista jungiana con un compromiso creciente con un trabajo interior, con un camino de autoconocimiento y de evolución personal. Además del psicodrama y otras técnicas psicoterapéuticas y/o chamánicas, la herramienta principal de este trabajo eran los sueños. Los sueños, que constituyen la vía regia para acceder a las dimensiones ocultas o desconocidas de nosotros mismos, nos hablan de nuestras zonas de sufrimiento así como de nuestras estrategias defensivas ante dicho sufrimiento, pero también nos abren camino hacia nuestro potencial dormido, a todo aquello que podemos llegar a ser, tanto individualmente como de forma colectiva. Además, los sueños nos ponen en contacto con el campo energético colectivo, en el sentido en el que lo expresa Lyne McTaggart en su libro "El Campo" o Gregg Braden en "La Matriz divina".
A continuación desarrollaré algunos de los principios básicos de la Permacultura a la luz de esos treinta años de experiencia de vida en comunidad:
Tengo una hermana que vive en Suiza, y hace unos diez años, cuando ella tenía 35, después de haber llevado mucho tiempo con hemorragias, le confirmaron en una revisión que tenía un mioma muy grande y que había que operarlo, teniendo que retirar seguramente el útero. Después del choque emocional, decidió buscar alternativas. Conoció a una profesora de yoga que impartía clases de yoga ginecológico.
Al aprenderlo, como los síntomas iban a mejor, dejó correr el tiempo. Estuvo practicando un año. En la siguiente revisión ginecológica, supuestamente para programar la operación, en la ecografía... no había nada, no se veía ningún mioma. Dejó de practicar el yoga y los miomas empezaron a crecer. Comprendió que para cambiar todo un programa y tendencia, se necesita tiempo y regularidad en la práctica. Mi hermana pudo guardar su útero, no tiene miomas. Su experiencia me impactó. Yo llevaba practicando yoga desde hacía años, pero nunca había oído hablar del yoga ginecológico.
Pasaron los años y yo misma empecé la menopausia. Después de una rotura de pierna en la que me anunciaron el mal estado de mis huesos, busqué aquel famoso yoga ginecológico. Lamentablemente, la única mujer que lo impartía era una anciana suiza, que ya no quería comprometerse con más clases. Encontré entonces a Dinah Rodrigues, que impartía yoga hormonal. Me fui a Alemania a aprender la técnica y a las pocas semanas de la práctica noté los beneficios: recuperé el sueño, se acabaron las fases de irritabilidad, mejoró la piel, perdí peso, etc. En la densitometría se vio que mis huesos estaban perfectos.
Hace poco informé a colegas y amigos de la creación de mi nuevo sitio web (www.musicoterapiagim.com) y de la puesta en marcha de mi nueva consulta GIM (Imágenes Guiadas y Música). Varios de ellos comentaron que les parecía una gran idea utilizar música para conseguir relajación. También comentaron que tenían amigos muy estresados y que GIM podría resultarles una experiencia beneficiosa. Sus comentarios no son de extrañar, ya que la mayoría de la gente no ha oído hablar de GIM ni de sus poderosos efectos terapéuticos.
Es cierto que una de las respuestas ante una sesión de GIM puede ser la relajación y también es cierto que puede ayudar a disipar estrés (GIM se emplea con pacientes que padecen estrés postraumático) ; no obstante, estos no son ni mucho menos los únicos efectos positivos que produce este extraordinariamente eficaz modelo de terapia musical. Se trata de un modelo flexible que puede emplearse para una gran variedad de trastornos psiquiátricos y psicológicos, así como en campos afines, como la psicooncología, cuidados paliativos, psicología perinatal y crecimiento personal.
Hemos vivido las noches sin dormir de nuestros bebés, las primeras rabietas, su escolarización y su descubrimiento del mundo. Nos hicieron llorar y también nos dieron nuestras más grandes alegrías y más emocionantes abrazos. Por ellos hemos llevado a cabo cambios por dentro y por fuera que no habíamos ni imaginado (¡y de los que nadie nos había hablado!). Llega ahora una etapa que, para muchos padres, parece ser “el momento de la verdad”: la adolescencia.
Temida a menudo, negada a veces, siempre un tanto enigmática y fuente de confusión. ¿Quiénes son nuestros adolescentes? ¿Quiénes habitan ahora los cuerpos, las mentes y los corazones de los hijos que tan bien conocíamos? Podríamos decir, como lo hizo de bonita manera Victor Hugo, que la adolescencia es el encuentro de un crepúsculo y de un alba, “el comienzo de una mujer en el final de una niña”. Aunque a veces parece que los adultos les tenemos miedo a nuestros adolescentes. Como si sus talentos y dones nos asustaran. Como si los cambios que traen nos parecieran demasiado categóricos. O como si tuviéramos todavía que atar cabos sueltos de nuestra propia adolescencia y nos echa para atrás tener que volver a este período de nuestra propia vida. La adolescencia es un proceso vital ineluctable. No tenemos que hacer nada. Lo único que necesitan nuestros adolescentes es acompañamiento. Os invito a volver pues a viajar por este momento tan fascinante de nuestra vida.
La llamada del cuerpo
Fisiológicamente, los cambios de la adolescencia empiezan hacia los nueve años y medio para las chicas y hacia los diez y medio para los chicos. Secreciones hormonales del hipotálamo desencadenan en la hipófisis la secreción rítmica de dos hormonas llamadas gonadotrofinas que actúan en diferentes partes del cuerpo según el sexo. Son estas hormonas las que provocan los cambios físicos como la aparición del vello, la muda de la voz, los cambios en el tamaño del pecho y de los órganos genitales. Estos a su vez inundan el cuerpo de hormonas sexuales como la testosterona, los estrógenos y la progesterona. Las chicas tienden a ganar peso y la menstruación indica que la pubertad está bien encaminada. Los chicos tienen sus primeras eyaculaciones conscientes.
Una visión creativa sobre la crianza y educación de nuestros hijos
"Si existiera algo que quisiéramos cambiar en los niños, deberíamos primero examinar y ver si no hay algo que podría ser mejor cambiar en nosotros mismos". Carl G. Jung
Los niños de hoy han cambiado. Son más sensibles e íntegros. Soportan difícilmente nuestras incoherencias entre lo que sentimos y lo que hacemos, entre lo que nos murmura nuestra alma y lo que decimos. Y nos toca a nosotros, los padres de estas nuevas generaciones, aceptar de lleno nuestra responsabilidad de educadores para mostrarles un camino nuevo inspirado por sus necesidades individuales.
Basándome en mi propia vivencia como niño con problemas de conducta además de en mi experiencia como terapeuta infanto-juvenil, os invito a descifrar los mensajes que con sus comportamientos nos están enviando nuestros hijos.
Son las 21h30 y voy a recoger a mi hijo de 2 años y medio a un cumpleaños. Al llegar, está llorando, apartado en una silla. Cuando me ve me llama a gritos, desconsolado. Otros padres me explican que está castigado porque mordió a un compañero que es mayor que él y bastante agresivo. Estoy seguro de que fue en defensa propia. Rescato a mi hijo y me voy enfadado con los que le castigaron y dolido por la injusticia de la situación.
Pero aunque sea en defensa propia, morder es inaceptable. Me veo pues obligado a volver a castigarlo ya que, con mi actitud heroica, anulé de alguna forma el castigo precedente. Lo que sigue es una velada sin fin con más lloros, tensiones con mi pareja y una larga mañana sin jugar con los amigos.
¿Cómo podría haber evitado esto? No pude gestionar las emociones que surgían al ver a mi hijo en esta situación. Recuerdos de mis propias dificultades para gestionar la frustración de pequeño, dolor de verle apartado, rabia por la impresión de mi incapacidad en ayudarle... De haberme serenado un poco, habríamos aclarado la situación en el momento y podríamos haber disfrutado de una tranquila velada.
¿Por qué me sentí tan mal al ver a mi hijo en esta situación? Se debe a la empatía y a las memorias asociadas con las emociones. Gracias a las neuronas espejo, puedo sentir lo que sienten los demás y en particular mi hijo. Es un lazo esencial para poder responder adecuadamente a sus necesidades afectivas. No obstante, tenemos que guardar siempre en mente que las EXPERIENCIAS VITALES asociadas con estas emociones son distintas de las de nuestros hijos. Todos hemos sufrido injusticias de pequeños, pero no podíamos hacer nada al respecto. Siendo adultos, sí podemos reaccionar. La tentación de proteger a nuestros hijos de la injusticia es enorme, sobretodo cuando la hemos sufrido con frecuencia. El problema es que cuando intento proteger a mi hijo de ello, estoy en realidad tratando de aliviar el dolor del niño pequeño que fui y que no pudo defenderse. La empatía con mi hijo me hace sentir la emoción de la injusticia y esta emoción me lleva automáticamente a la edad en la cual la sufrí más intensamente. Si no logro mantener mi posición de adulto, de repente tengo en mí a un niño de 2 años y medio enrabiado por la injusticia, pero con la capacidad de acción de un adulto. Ya os podéis imaginar cómo ayuda tal combinación a la resolución del conflicto... La injusticia forma parte de la vida y si quiero preparar a mi hijo para que sea una persona libre y feliz, no se trata de evitarla. Lo mejor que puedo hacer es, al contrario, mostrarle como puede uno "digerir" la injusticia manteniendo la serenidad interior. Y lo mismo pasa con las demás experiencias difíciles: no puedo evitar que las viva, pero si enseñarle cómo sacarles el mejor partido posible.
autora del Libro “Cocina Sabrosa para la Salud” Ed.Oceano-Ambar (2007) y "Los sinsin se dan un homenaje" Ed.Oceano-Ambar (2010).
"Que tu alimento sea tu medicina" aconsejaba Hipócrita en el siglo IV, una intuición de los ancianos que los médicos modernos demuestran ahora científicamente. Una idea muy simple, algo evidente, tenemos que echar la gasolina adecuada para que el motor funcione bien. Con una alimentación adecuada, nuestro cuerpo funcionara correctamente.
Recuperar las partes de nosotros que han quedado en el pasado, la Integración del Ciclo Vital (ICV)
Todos y todas tenemos con más o menos frecuencia la sensación de estar incomplet@s y a buen seguro no está muy lejos de la realidad. Las experiencias que vivimos en la infancia, más o menos traumáticas, que produjeron una reacción de defensa han quedado impresas en el cerebro. Veinte, treinta o cuarenta años más tarde hacen que sigamos comportándonos ante circunstancias que “encienden” el viejo trauma como si fuéramos aquel niño o aquella niña de entonces. Así la eficiente y brillante ejecutiva se convierte en otro contexto en una niña asustada capaz de hacer cualquier cosa porque teme que la abandonen. La mayoría de nuestros comportamientos, de los miedos presentes que nos paralizan se gestaron en algún lugar de nuestro pasado. Y para desfacer de una manera muy eficaz el entuerto Peggy Pace, una psicóloga estadounidense, ha desarrollado una técnica conocida como la ICV (integración del ciclo vital).
La biología total aporta una nueva perspectiva de la enfermedad basada en los símbolos.
Las enfermedades que desarrollan los organismos podrían ser el reflejo codificado de un estrés psíquico personal o heredado de los progenitores, propone una corriente terapéutica conocida como decodificación terapéutica o biología total. Ahondar en el origen simbólico de las enfermedades serviría para curarlas, plantea esta terapia, puesto que es en el cuerpo donde esos problemas salen a la luz. Por tanto, la enfermedad sería una vía de curación más profunda, aunque aparentemente pensemos de ella lo contrario.
Los neurocientíficos han constatado que estamos biológicamente equipados para la empatía, para sentir lo que sienten los otros. Esto es así gracias a unas neuronas llamadas espejo. Dicen que su descubrimiento hará tanto por la psicología como hizo el ADN por la biología.
Bien es cierto que en muchas ocasiones no es más que una fórmula automática, pero resulta que eso de “te acompaño en el sentimiento” tiene un lugar en el cerebro y un fundamento científico. El mismo que explica la congoja que experimentamos al ver que Bergman y Bogart van a separarse para siempre al final de Casablanca, o el escalofrío que nos invade cuando al superhéroe Cruise le insertan brutalmente un chip a través de la nariz en la enésima entrega de Misión imposible. ¿No es cierto que basta que un niño comience a llorar para que haya un estallido casi general en la guardería? En definitiva, que los neurocientíficos han constatado que estamos biológicamente equipados para la empatía, para romper las barreras que nos separan de los otros y sentir como ellos. Y aún más, el cerebro humano tiene herramientas para leer las mentes ajenas y, en cierto modo, para predecir el futuro.